jueves, 26 de abril de 2018

De bastión a cloaca: el PP de Madrid


Hace diez años la Comunidad de Madrid era el bastión del PP. En pleno auge de la era Zapatero, Madrid era un lugar seguro para los conservadores. Esperanza Aguirre en el Gobierno regional y Alberto Ruiz Gallardón en el Ayuntamiento de la capital (y dos legislaturas antes, en la Puerta del Sol), ganaban por mayorías absolutas, y, sobre todo Aguirre, encabezaba la oposición al Gobierno socialista en La Moncloa. Eran tiempos felices para ese partido en la región madrileña. Controlado por una bicefalia de facto de Ignacio González, con un mando absoluto de la administración, y de Francisco Granados, con el mismo dominio sobre el partido, Esperanza Aguirre, la única por encima de sus dos príncipes enfrentados, era quien asumía el poder total y absoluto. Podía incluso permitirse el lujo de ignorar a la oposición, minimizar hasta prácticamente hacer desaparecer, el control parlamentario de la Asamblea de Madrid. Aguirre sonreía y los medios locales y regionales aplaudían. El dinero corría a raudales. Y los votos se multiplicaban: casi 1,35 millones en octubre de 2003; casi 1,6 millones en 2007 y casi 1,55 millones en 2011.

Los tiempos han cambiado, y mucho, desde entonces. Las últimas encuestas (Celeste Tel, abril 2018) destronan al PP y le sitúan como segunda fuerza política (24,3%) a muy escasa distancia del nuevo favorito, Ciudadanos (25,7%), y del tercero en discordia, el PSOE (23,9%). Un desastre. Un cataclismo que fulminaría la enorme ventaja cuantitativa de los populares en la Comunidad de Madrid, que pasarían de tener 67 diputados en el Parlamento regional en 2007, el año del máximo esplendor, a 34 en 2019. La mitad. Esta es la espada de Damocles que pende sobre las cabezas del PP en estos días. Y el escenario no es optimista.





Del tamayazo al escándalo del máster

Diez años después de ser el bastión del PP en España, la Comunidad de Madrid se ha convertido en su cloaca. Esperanza Aguirre comenzó su reinado en 2003 gracias a un suceso sospechoso, el llamado ‘tamayazo’. Muchos pensaron entonces que, tarde o temprano, este escándalo acabaría alcanzando a sus mayores beneficiarios. Pero 15 años después, los escándalos que han asediado primero, y minado lentamente al PP madrileño hasta carcomerlo se llaman Gürtel, Púnica y Lezo. Corrupción. Supuesto enriquecimiento personal y del partido, aprovechando los años del poder intocable. Un supuesto saqueo de las arcas públicas, acompañado de privilegios personales y una forma de gobernar y entender la política que tenía más en común con el feudalismo medieval que con una sociedad democrática.

Esta forma de entender la vida es la que ha acabado con la figura que el PP había elegido como cortafuegos de este declive. Cristina Cifuentes, una cortesana más del reinado aguirrista de la segunda mitad de los años 2000, fue la elegida para visualizar una supuesta regeneración y distanciamiento del PP con respecto a los desmanes del poder absoluto que estaban siendo investigados por la Justicia. Cifuentes fue escogida, señalada y aupada al trono. Pero a cambio tuvo que apostatar y acusar a sus antiguos compañeros.

Cifuentes se erigió como el “azote de la corrupción”, Granados y González fueron detenidos, y Aguirre tuvo que dimitir de todos sus cargos. La nueva reina parecía todopoderosa, pero un año antes de las elecciones, el llamado ‘fuego amigo’, según Cifuentes, se ha cobrado su pieza. En muchos medios de comunicación se apunta a una venganza de los antiguos compañeros de la corte de Aguirre, que habrían filtrado los pecados de Cifuentes. Al final estas faltas son las que han acabado con ella. No ha sido un gran caso de corrupción, como los que acosan a sus predecesores, o un escándalo electoral. Han sido dos ejemplos de como se ejercían los privilegios sin rubor: un máster supuestamente falsificado y regalado por parte de una universidad pública en 2012, y un hurto en un supermercado en 2011, que acabó sin denuncia en comisaría a instancia, al parecer, de la propia policía. Una manera de entender el poder que la sociedad ya no perdona.



Ciudadanos, un socio ¿cómodo?

Las elecciones de 2015, el estreno de Cifuentes como la gran salvadora del PP madrileño, demostraron que los conservadores se movían en terreno complicado en su feudo: consiguieron poco más de un millón de votos. Uno de cada tres votantes del PP en 2007, el año álgido, había dejado de escoger a esta marca. Adiós a la mayoría absoluta.

La nueva realidad se llamaba pacto. Y el único partido dispuesto a firmarlo se llamaba Ciudadanos. Parecía un socio cómodo. Por un lado, con un discurso crítico, incluso fiscalizador, de las políticas del PP. Pero leal en las votaciones clave. Ciudadanos parecía la muleta perfecta. Con unos 383.000 votos en 2015, podía jugar el papel de atraer el voto desencantado con el PP, pero sin salir de la esfera de influencia de la derecha. Un voto a Ciudadanos parecía un voto en diferido al PP. Pero eso también ha cambiado.

Ahora la que parecía la muleta del PP aspira a intercambiar los papeles en Madrid. Todo el escándalo de Cifuentes debe observarse bajo ese prisma. Todas las miradas y jugadas políticas han estado enfocadas a esperar a ver qué hacía Ciudadanos. La izquierda lo tenía fácil. El PSOE presentó una moción de censura a Cifuentes, apoyada por un Podemos débil y dividido, una medida que se podría llamar ‘win-win’: colocaba la presión sobre Ciudadanos. Si el partido naranja apoyaba la moción, el PSOE gobernaría. Si no lo hacía, los socialistas empezarían a utilizar el mensaje de que Ciudadanos no ha dejado de ser la muleta del PP ni en los momento más avergonzantes de los conservadores, tratando así de frenar el discurso de novedad, regeneración y seriedad de los naranjas, y cortando de paso así el trasvase de votos del PSOE a los de Rivera, e incluso tratando de atraer nuevo votante asqueado con el apoyo de Ciudadanos a un PP podrido.

Cifuentes, por su parte, nunca quiso dimitir. Y como escudo trató de utilizar las mismas debilidades de Ciudadanos que había identificado el PSOE, pero desde el ángulo opuesto: si apoyaban la moción de censura, le estarían regalando el gobierno regional a la “izquierda radical” de PSOE y Podemos. Esto espantaría a muchos votantes de derechas que así, aunque fuera con la nariz tapada, seguirían apoyando al PP. Y si no apoyaban la moción, el PP seguiría gobernando. Esta era también la fórmula favorita de Rajoy y del PP nacional. Comenzaron distanciándose de Cifuentes, pero tras la Convención Nacional en Sevilla, parecía que aceptaban la estrategia de Cifuentes para poner en un dilema a Ciudadanos. Pero las filtraciones, posibles venganzas y guerras internas, han precipitado la salida de la ya ex presidenta y facilitado la posición de Ciudadanos, que nunca quiso apoyar la moción de censura, pero no podía seguir apuntalando un gobierno de Cristina Cifuentes. Ahora seguirá gobernando el PP, pero con otra persona al frente. ¿Pero quién?

El PP de Madrid tiene un problema, y por extensión también lo tiene el PP nacional. Madrid está dejando de ser su bastión. A un año de las elecciones municipales y autonómicas, no tienen un candidato o candidata claro para el Ayuntamiento de Madrid, y ahora tampoco tienen cabeza de lista para la Comunidad. Se trata de una elección muy complicada, cuyo primer capítulo será saber cómo acabará el drama Cifuentes: ¿dejará también de forma ‘voluntaria’ la presidencia regional del PP, un puesto oscuro pero clave, con capacidad de confeccionar las listas electorales?



Mientras tanto, el tiempo pasa y vendrán nuevas encuestas. La última de Metroscopia para El País publicada el 26 de abril: El PP pasa al tercer puesto, con una estimación de solamente 25 diputados, 23 menos que Ciudadanos y ocho menos que el PSOE. Muy lejos de otros tiempos no tan lejanos.
 



domingo, 4 de marzo de 2018

La cuarta GroKo en Alemania


Alemania tendrá su cuarta GroKo, gran coalición, desde la fundación de la República Federal en 1949. Así lo han decidido dos tercios de los votos de los militantes socialdemócratas, en total casi 240.000 personas de los más de 463.000 miembros del SPD. Atrás quedan meses de un debate interno muy intenso, la dimisión de su líder Martin Schulz, y el riesgo de división de este partido centenario. Por delante, la participación en el gobierno federal con el control sobre dos ministerios de primera categoría y con gran influencia en Europa, Finanzas y Asuntos Exteriores, y el reto de constituir una nueva dirección que evite la sangría de votos en las elecciones y la gibarización del partido.   

Alemania no ha dado la sorpresa. Tras meses de incertidumbre sobre el destino del nuevo gobierno federal, habrá ejecutivo liderado por Angela Merkel. En él participarán los socialdemócratas. Será la tercera coalición entre socialdemócratas y conservadores en la era Merkel, desde que ella fue elegida por primera vez canciller en 2005. Así lo han decidido las bases del SPD: 239.604 militantes con derecho a voto han votado Sí, el 66% del total de las papeletas. Han dicho No 123.329 militantes, el 33,98%.

Papeleta para los militantes del SPD.
El resultado es contundente, pero peor que en la consulta de 2013, en la que el 76% de la militancia dio su visto bueno para una gran coalición. Entonces el partido se mantuvo unido y la participación en el Gobierno se percibió como una oportunidad para influir en las políticas del país, a pesar de conseguir cada vez peores resultados electorales. Esta vez se ha repetido el guion, pero han surgido resistencias. Desde las juventudes del SPD se han liderado las fuerzas contrarias a la alianza con Merkel, y en el congreso exprés de finales de enero, un 44% de los delegados votó No a las negociaciones con la derecha. ¿Cómo actuarán los contrarios a la GroKo? ¿Aceptarán la derrota? ¿Se constituirá una oposición interna? ¿Habrá fuga de afiliados?

La oposición ya ha abierto sus puertas en las redes sociales a los posibles descontentos, animando a los militantes socialdemócratas a abandonar su partido centenario y a sumarse a sus filas. Lo hacen desde los dos extremos del arco parlamentario: tanto la izquierda poscomunista de Die Linke como la extrema derecha de AfD. Ambas organizaciones se presentan como las defensoras del ‘alemán común’ frente a los poderes de todo tipo, y entre ambas constituyen el 21,8% del Bundestag, el Parlamento alemán. Todo un síntoma de que, para cada vez más personas, el conflicto político ya no es el tradicional izquierda-derecha, sino el recurrente arriba-abajo utilizado por los críticos de la democracia parlamentaria actual.

“Los de arriba contra los de abajo”, en el SPD

Precisamente el conflicto arriba-abajo ha influido de pleno en el proceso interno del SPD, y se ha cobrado una víctima de renombre: Martin Schulz. En las elecciones del pasado mes de septiembre Merkel volvió a ganar y el SPD cosechó uno de sus peores resultados históricos, lo que llevó a su entonces líder a desechar una nueva coalición con los conservadores. El No de Schulz venía motivado por tratar de ser coherente con su discurso en la campaña electoral, donde quiso mostrar la diferencia fundamental del SPD con respecto a la CDU de Merkel con el clásico discurso de la izquierda social frente a la derecha neoliberal. El mensaje era que no se podía señalar con el dedo a Merkel y pactar con ella después. Pero, sobre todo, había cuajado entre la militancia y el mundo socialdemócrata y progresista alemán el convencimiento de que la gran coalición es letal para la salud del SPD. Los resultados electorales así lo parecen confirmar, ya que cada vez que se celebran elecciones, los socialdemócratas salen escaldados después de compartir consejo de ministros con la derecha.

La alternativa al SPD para Merkel era una coalición inverosímil con los (neo) liberales del FDP y los verdes. Tras semanas de negociación, fue la FDP la que hizo saltar las alarmas al negarse a seguir hablando. Merkel tenía tres opciones: o gobierno en solitario, con todas sus inseguridades, o su tercera GroKo, o repetir elecciones metiendo a Alemania de cabeza en la incertidumbre política que azota a Occidente, y con ella a toda la Unión Europea. Ante estas opciones Schulz dijo que se iba a pensar, soltando la liebre en su partido.

Los resultados de las negociaciones son brillantes para el SPD, que esta vez sí ha sabido capitalizar la desesperada necesidad de Merkel de un socio fiable: los socialdemócratas tendrán al ministro o ministra de Asuntos Exteriores (siempre reservado tradicionalmente al socio menor de las coaliciones de gobierno en Alemania), y, sobre todo, de Finanzas. Desde este último sillón es donde Wolfgang Schäuble dirigió la respuesta europea a la crisis del Euro entre 2012-2013, demostrando que este ministerio es sinónimo de poder.

La prensa alemana aplaudió la capacidad de negociación de Schulz y criticó la de Merkel, que por primera vez en 15 años ha tenido que soportar resistencias internas en su propio partido. La imagen de una Angela Merkel imbatible y omnipotente se había roto. Ya se alzaban las primeras voces que reclamaban renovación en la derecha alemana. Y entonces empezó el desastre en el SPD.

La hemeroteca salió a relucir y recordó que Martin Schulz había no solo prometido en septiembre que el SPD nunca repetiría la GroKo, sino que él personalmente no entraría jamás en el Gobierno. Estas declaraciones le estallaron en la cara cuando se hizo pública su intención de ocupar el cargo de ministro de exteriores, actualmente bajo el mando del ex líder socialdemócrata y ex amigo de Schulz, Sigmar Gabriel. Estalló una bronca monumental en la que la imagen de Schulz acabó hecho trizas, ya que se le acusó de estar en política para cazar puestos golosos y no el servicio público. Discurso “arriba contra los de abajo” puro y duro.

Schulz dimitió de todos sus cargos, pero en el último momento trató de dejar la dirección del SPD en manos de su aliada Andrea Nahles. Enseguida estalló otro escándalo, ya que se recordó que Nahles pasó en la última década de encabezar la izquierda del SPD a ser una presencia constante en la dirección y en los gobiernos federales. Se le acusó de defender los mismos intereses egoístas que Schulz, y el partido ha tenido que elegir a Olaf Scholz, alcalde de Hamburgo, como líder provisional, dejando abierta la cuestión del liderazgo.

El SPD, una historia al servicio del Estado

Portada del Programa de Bad Godesberg
Mientras tanto se ha celebrado la consulta vinculante entre los militantes y, a pesar de la bronca interna, ha ganado el Sí a la GroKo, ¿por qué? La cultura política del SPD siempre ha sido de servicio al Estado. Hace un siglo, tras la rendición de Alemania en la Primera Guerra Mundial y la abdicación del Káiser en 1918, fueron los socialdemócratas quienes tomaron las riendas del Estado y construyeron la nueva República de Weimar, enfrentándose a muerte a sus enemigos en la ultraizquierda y ultraderecha. Años más tarde, ya en la República Federal, se sumaron al consenso que vinculaba a Alemania occidental a la OTAN. En el histórico congreso de Bad Godesberg de 1959, el SPD dio un giro ideológico fundamental, renunciando definitivamente al marxismo y dejando de ser un partido únicamente obrero, abriéndose a las clases medias. El objetivo era gobernar para todos.

Esto ocurrió pocos años después. Entre 1966 y 1969 los socialdemócratas entraron a formar parte del Gobierno con Willy Brandt como ministro de Asuntos Exteriores. Fue una experiencia muy positiva, ya que el SPD consiguió ganar las elecciones de 1969 por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, manteniendo el poder hasta 1982.

La crisis interna de la CDU de Merkel, fruto de años de gobierno y de desgaste, así como el control de dos ministerios estratégicos, podría dar al SPD la oportunidad de perfilarse como la alternativa real de Gobierno en 2021, cuando se celebrarán las próximas elecciones. Hasta entonces tendrá que constituir una dirección eficaz y creíble, y defenderse de la oposición que les atacará desde todos los flancos utilizando el discurso de “los de arriba contra los de abajo” para tratar de debilitar su base electoral y militante.

No ha habido sorpresa en Alemania, y la militancia del SPD ha mantenido una tradición de servicio al Estado de su partido que ya es histórica.   

domingo, 11 de febrero de 2018

¿Gobierno o coherencia?: El dilema de la socialdemocracia alemana

Los socialdemócratas alemanes del SPD están viviendo una paradoja: mientras más éxito tienen a la hora de negociar su peso e influencia en el gobierno federal de Alemania, más profunda es su crisis de interna, que amenaza incluso con romper este partido centenario. Se enfrentan a una cuestión que no ha dejado nunca de ser central en los partidos de las democracias parlamentarias: ¿Se debe participar en el gobierno cada vez que se tenga oportunidad para hacerlo para poder aplicar así, aunque sea en parte, el programa político? O, en cambio, ¿debe ser prioritario preservar la coherencia ideológica para no perder apoyos en la sociedad a la que se quiere representar?

En las últimas semanas el SPD ha dado el visto bueno (por la mínima) en un congreso extraordinario a abrir negociaciones con la CDU de Merkel para reeditar una nueva gran coalición. En esas negociaciones, los socialdemócratas han logrado arrebatar a los conservadores el ministerio de Finanzas, el más importante y estratégico, el mismo desde el cual Merkel y Wolfgang Schäuble dictaron la austeridad a Europa durante lo peor de la crisis del Euro. Una jugada maestra, teniendo en cuenta que el SPD consigue así una plataforma de influencia política de primera mano mucho mayor que desde los ministerios tradicionalmente destinados al socio menor de las coaliciones de gobierno, como Exteriores o los de carácter social. En Alemania se hace política con el dinero, por eso el Ministerio de Finanzas es todo un éxito para un partido que en cada cita electoral no deja de perder votos y escaños, pero parece capaz de aumentar su poder en la mesa de negociaciones ante una Angela Merkel impotente y necesitada de socios a toda costa para poder gobernar.

Pero en vez de provocar alegría entre los socialdemócratas, -que en las últimas elecciones cosecharon el peor resultado para el SPD desde el fin de la Segunda Guerra Mundial- este éxito negociador ha causado estupor entre las bases, sobre todo la decisión del candidato y jefe del partido, Martin Schulz, de querer asumir la cartera de Asuntos Exteriores. La causa está en la hemeroteca: el pasado mes de septiembre, justo después de las últimas elecciones, Schulz aseguró públicamente que el SPD no reeditaría una nueva gran coalición y que él, personalmente, nunca entraría a formar parte de un gobierno presidido por Merkel. En ese momento era consecuente con su discurso electoral. Cinco meses después las circunstancias han dado un giro de 180º, y ha sido tal el enfado de las bases del SPD y de algunos dirigentes (entre ellos su ex amigo y ex secretario general del SPD, Sigmar Gabriel, actual ministro de Exteriores y que quiere seguir siéndolo), que Schulz ha tenido que renunciar públicamente a ser ministro. Ha sido poco después de renunciar a la jefatura del SPD, por lo que a Schulz ya no le queda nada.

Del milagro Schulz al peor resultado

Hace un año Martin Schulz estaba lanzado. Las encuestas situaban la intención de voto del SPD en torno al 30% y las bases estaban encantadas. En enero de 2017 fue designado candidato a la cancillería, y en marzo fue elegido secretario general del partido por el 100% de los delegados de un congreso extraordinario. La gran esperanza del SPD comenzó una campaña electoral basada en criticar la acción de gobierno de Merkel centrándose en la denuncia del aumento de los índices de desigualdad en la sociedad alemana. Schulz buscaba resucitar el antiguo binomio político derecha-izquierda para situar al SPD como alternativa a Merkel. Pero fracasó: en Alemania acabó triunfando el discurso transversal de Merkel, y los votantes que no aceptaron la visión oficial de un país próspero e integrador sin desigualdades, abrazaron la lógica populista de ‘arriba-abajo’, ‘ellos’ contra ‘nosotros’, y se pasaron en masa a la ultraderecha del AfD que consiguió 94 diputados.

El SPD quedó descolgado y con el peor resultado electoral de la democracia moderna alemana, el 20,5% y 153 escaños, que son 40 diputados menos que en 2013. Este dato es la confirmación de una caída libre del SPD en las elecciones federales: en 2013 el 25,7%; en 2009 el 23%; en 2005 el 34,2%; en 2002 el 38,5%; en 1998 el 40,9%. Es decir, en los últimos veinte años, el SPD ha perdido la mitad de sus votantes. Pero, mientras ha ido perdiendo votos, solamente ha dejado de gobernar cuatro años: entre 2009 y 2013. El resto del tiempo ha habido ministros y ministras socialdemócratas, dos legislaturas (2005-2009 y 2013-2017) bajo el mando de Merkel.

Un debate duro

El debate interno en el SPD es duro: ¿Debe el partido aprovechar cualquier oportunidad para participar en el gobierno y aplicar así el programa político, aunque sea al precio de colaborar con Merkel? Aunque sea al precio de perder apoyos sociales. O, por otro lado, ¿debe el SPD priorizar su coherencia ideológica y su lealtad a esos apoyos sociales, aunque eso suponga no entrar en el gobierno y, en este caso, provocar nuevas elecciones con un resultado incierto?

El SPD está partido en dos y sin liderazgo tras las renuncias de Schulz. Su sucesora designada al frente del partido, Andrea Nahles, carece de credibilidad para muchos sectores, ya que comenzó su carrera en el sector más izquierdista de la socialdemocracia, para acabar abrazando las tesis más posibilistas y ser hoy la mayor defensora de la gran coalición. Debido a sus virajes, Nahles representa el tipo de personaje político que muchos militantes y votantes del SPD (y de otros partidos) no entienden y que refuerza la postura de los contrarios a la gran coalición que buscan coherencia ideológica desde la oposición. Esta postura está encabezada por el líder de las juventudes, las Jusos, Kevin Kühnert, que se ha convertido en la imagen del No a la GroKo (Grosse Koalition).

En el congreso extraordinario del pasado 21 de enero que aprobó las negociaciones con Merkel, el No consiguió casi la mitad de los votos de los delegados. El resultado final de las negociaciones tendrá que ser ratificado por los militantes, y Kühnert y los suyos confían en que las bases den un portazo a la GroKo. Un dato les infunde ánimos: desde el 1 de enero hasta el pasado 6 de febrero, la fecha tope para poder inscribirse como militantes y poder participar en la votación, se han dado de alta 24.339 personas, lo que aumenta el número de militantes del SPD a 463.723, el más alto de todos los partidos en Alemania. Los contrarios a la GroKo dicen que la inmensa mayoría se ha apuntado para decir No.


La votación será por correo, y los resultados se conocerán presumiblemente el 3-4 de marzo. Los militantes del SPD podrán decidir si su partido puede jugar un papel fundamental en la política de Europa a través del ministerio clave de Finanzas, pero con la condición de hacerlo de la mano de Merkel y de la derecha conservadora. O, en cambio, cierra la puerta a la GroKo recuperando así credibilidad entre sus seguidores, pero a cambio de provocar previsiblemente unas nuevas elecciones con resultado incierto. Las últimas encuestas ya sitúan al SPD con una intención de voto del 18%. 

sábado, 25 de noviembre de 2017

Socialdemócratas alemanes: del “no es no” a Merkel al “veremos”

Martin Schulz, líder del SPD
Alemania se encuentra ante una crisis política inédita en su historia democrática: la imposibilidad de formar un gobierno de mayoría presidido por Angela Merkel, podría conducir al primer gobierno en minoría de la República Federal Alemana, o a la repetición de las elecciones. Pero también se está abriendo poco a poco una puerta que parecía cerrada a cal y canto: la tercera gran coalición desde 2005. Del tajante y contundente “no es no” de Martin Schulz, el secretario general y candidato de los socialdemócratas, se ha pasado a un “veremos” en los últimos días.

Alemania no está acostumbrada a su actualidad política. Durante casi 70 años, desde la fundación de la República Federa en 1949, el sistema político se había caracterizado por su estabilidad y su previsibilidad: siembre han gobernado los democratacristianos de la CDU, con excepción de los años 70, en los que fue el turno de los socialdemócratas de la SPD. En todos los casos, con excepción de algún gobierno con mayoría absoluta al comienzo con Konrad Adenauer al frente, los gobiernos eran de coalición con el pequeño partido liberal FDP. Era tal la influencia de este pequeño partido bisagra que la pregunta no era si iba a participar en el Gobierno, sino con qué partido: ¿CDU o SPD?

Esta pregunta se ha mantenido vigente hasta hace poco, e incluso ha sobrevivido a la progresiva fragmentación política alemana, primero con la aparición de los Verdes tras las protestas antinucleares de los años 80, y después con la de los poscomunistas de Alemania del este del PDS (hoy llamado Die Linke) tras la reunificación en los años 90. De hecho, recientemente la FDP ha sido socio de Angela Merkel en la legislatura entre 2009 y 2013. Sin embargo, sus líderes han roto recientemente la tradición progubernamental de su partido y han provocado una crisis sin precedentes.

El líder del FDP, Christian Lindner, ha protagonizado por sorpresa una “espantá” de su partido levantándose de la mesa de negociaciones en la que se estaba debatiendo un proyecto arriesgado: una coalición “jamaicana”, por los colores de la bandera de ese país que coinciden con los de los partidos políticos protagonistas: negro (CDU), amarillo (FDP) y los Verdes. Eran los tres únicos partidos que, a priori, no se negaban a sentarse a negociar, y, además, entre los tres superaban la mayoría absoluta con 393 escaños. Es decir, tras la negativa tajante del SPD a volver a pactar, a Merkel solamente le quedaban FDP y Verdes, ya que se niega a hablar con Die Linke y AfD.

Los analistas políticos coinciden en que, si había algún candidato para abandonar esta coalición ‘antinatura’, ese era el partido de los Verdes con sus 67 diputados.  Por eso la huida de los liberales y sus 80 escaños ha provocado estupor, aunque también los ha puesto en el centro de la agenda mediática y eso les ha puesto de moda: según las últimas encuestas, su intención de voto estaría en el 12%, la mejor cifra desde hace ocho años. Un porcentaje muy interesante para los liberales alemanes, que en las elecciones de 2013 no consiguieron superar el 5% de los votos y se pasaron por ello una legislatura completa fuera del parlamento alemán, el Bundestag.

Precisamente la composición actual del Bundestag tras las elecciones del pasado 24 de septiembre es la causa de esta crisis. Por primera vez en décadas, la fragmentación política en el parlamento hace imposible un gobierno de mayoría con una coalición simple de dos partidos, a no ser que se trate de una gran coalición. A los partidos habituales (CDU, SPD, Verdes, Die Linke), se han sumado FDP (tras su vuelta al superar esta vez sí el 5%) y la ultraderecha populista de AfD. Son seis partidos que se reparten los escaños y que obligan a pactos complicados para llegar a acuerdos, y más después de que los socialdemócratas rechazaran de plano y sin ambages reeditar la gran coalición después de las elecciones. Ese rechazo fue el origen de las negociaciones de ‘Jamaica’. Ahora que han fracasado, ¿qué pasará?


Toda la presión para el SPD

SPD como partido más votado en las 
circunscripciones electorales alemanas: 
Arriba en 2005 y abajo en 2017
El SPD cosechó el pasado 24 de septiembre el peor resultado de su historia desde 1949: el 20,5% de los votos y 153 diputados. En la noche electoral, el candidato y secretario general, Martin Schulz, descartó categóricamente que los socialdemócratas fueran a revalidar una nueva gran coalición con Merkel. Las elecciones acababan de poner fin a la segunda (la primera se produjo entre 2005 y 2009), y cada vez que el SPD se aliaba con la derecha para garantizar la gobernabilidad de Alemania, perdían votos y credibilidad: Entre la primera y la segunda gran coalición, el SPD ha perdido más de 6,5 millones de votos, por lo que a nadie se le escapa que pactar con Merkel no sienta bien al principal partido de la izquierda alemana. Martin Schulz anunció por ello que el SPD pasaría a la oposición, y el entonces portavoz parlamentario, Thomas Oppermann, afirmó que el SPD buscaría una “mayor polarización con la CDU”.

Sin embargo, tras el fracaso de las negociaciones de la coalición ‘Jamaica’, la presión ha pasado al tejado de la SPD. Merkel ha afirmado que se niega rotundamente a gobernar en minoría, y no descarta convocar de nuevo elecciones si no se llega a ningún acuerdo: una amenaza clara a los socialdemócratas, pasándoles la pelota de la responsabilidad de la estabilidad del país, y de unas nuevas elecciones en las que la ultraderecha del AfD incluso podría aumentar los votos.

Un actor fundamental en esta maniobra es el presidente federal, Frank-Walter Steinmeier. Es socialdemócrata y ha sido ministro de Asuntos Exteriores en los dos gobiernos de gran coalición con Merkel, además de candidato del SPD en las elecciones de 2009. Steinmeier ha apelado a la responsabilidad de Schulz para participar en una ronda de conversaciones con la CDU, en principio sin ningún tipo de compromiso, “sólo para sondear”. Pero a nadie se le escapa que este socialdemócrata ha puesto muy difícil decir “no” al secretario general de su partido.

Schulz ha aceptado participar e incluso no se cierra ya a formar gobierno con Merkel, aunque, de cara al congreso del SPD que se celebrará en pocas semanas, trata de blindarse y ha anunciado que, en todo caso, serán los militantes los que decidirán si hay una nueva gran coalición o no. La tormenta ya ha estallado en el seno del SPD y las Juventudes ya han anunciado su rechazo más absoluto a la gran coalición, mientras que los barones, los presidentes de los Länder del SPD, están a favor.

En dos meses, el SPD ha pasado del “no es no” al “veremos”. Incluso se han formulado algunas exigencias a Merkel de cara a un futuro gobierno, como si una tercera gran coalición ya fuera posible y solamente se tratase de negociar los flecos. ¿Habrá una tercera Grosse Koalition?

martes, 31 de octubre de 2017

Los independentistas catalanes, ¿prisioneros de su relato?


El balance del proceso soberanista catalán al finalizar el mes de octubre de 2017 es el siguiente: una república catalana proclamada sin ningún tipo de consecuencia real; las instituciones de autogobierno intervenidas por el Gobierno central; parte del ‘Govern’ viajando a Bélgica huyendo de una querella de la Fiscalía General del Estado por rebelión, sedición y malversación; el PP y Mariano Rajoy fuertes; el PSOE estable; Ciudadanos en alza y Podemos en plena crisis interna debido a su posicionamiento ante la proclamación de independencia. Y unas elecciones autonómicas convocadas para el 21 de diciembre en las que participarán los partidos independentistas, a pesar de que deberían ser los primeros en no reconocerlas. Y, sobre todo, una fractura social que tardará mucho tiempo en cicatrizar. ¿Por qué se ha llegado tan lejos?

El mes de octubre comenzó con la imagen de las cargas policiales explotadas al máximo por el independentismo, que buscaba en esa foto una justificación de su proyecto. Es decir, la independencia se justificaba en la supuesta represión del Estado español. Sin embargo, a los pocos días, el mismo independentismo titubeó ante su propia Declaración Unilateral de Independencia que debería haber seguido automáticamente al referéndum ilegal del 1 de octubre, y que fue retrasando a pesar de las expectativas creadas entre sus propios seguidores.

Los líderes independentistas provocaron un ‘impasse’ que se mantuvo hasta que finalmente se produjo esa declaración de independencia, pero retrasándola todo lo posible, probablemente a la espera de algún tipo de acuerdo que la hiciera innecesaria. Al final, y tras muchas presiones en el mismo campo independentista, hubo declaración, pero sin que sus líderes fueran consecuentes con ella en ningún momento como se demostró en los días siguientes en los que no tomaron ninguna medida para aplicar la nueva república, ante la desazón de sus propios seguidores.

¿Por qué los líderes independentistas han forzado la situación, llevando incluso a herir de manera considerable las posibilidades futuras del independentismo catalán?


El ‘storytelling’ como técnica de poder político

Una de las claves puede ser la técnica utilizada por el independentismo en los últimos años para afianzar su proyecto político en la sociedad catalana: el Storytelling. El escritor francés Christian Salmon lo explicó claramente en su libro “Storytelling, la máquina de fabricar historias y formatear las mentes”: “El objetivo del marketing narrativo ya no es simplemente convencer al consumidor de que compre un producto, sino sumergirlo en un universo narrativo, meterlo en un universo creíble. Ya no se trata de seducir o convencer, sino de producir un efecto de creencia”.

Se trata de una técnica muy atractiva, ya que consigue fidelizar a las personas en una sociedad en la que los consumidores (también de la política) no dudan en cambiar de producto sin sufrir mala conciencia. Sin embargo, existe un riesgo: Salmon citó al profesor David Boje: “Las historias pueden ser prisiones. Una vez inscritos en historias, con unos personajes y una intriga, estamos implicados con otros que esperan que reaccionemos, hablemos y evolucionemos de una cierta manera”. ¿Están Puigdemont, Junqueras y el resto de los líderes del independentismo atrapados en una maraña que ellos mismos crearon y de la que no pueden o saben salir?

Resulta evidente que el relato independentista ha sido un éxito. Antes de que lo comenzaran a poner en marcha, en 2006, solamente el 14,9% de los catalanes se declaraba independentista. Once años después, en octubre de 2017, esa cifra se había triplicado alcanzando el 48,7%, según datos del Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat. Los partidos nacionalistas habían consumado su viraje independentista en 2012, y su mensaje estaba calando a gran velocidad.

Salmon explicó que “el storytelling es una operación más compleja de lo que se podría creer a primera vista: no se trata sólo de contar historias, sino también de compartir un conjunto de creencias capaces de suscitar la adhesión u orientar los flujos de emociones; en resumen, de crear un mito colectivo constrictivo”. Y las ventajas de esta técnica son poderosas: El relato, según Salmon, “permite no solo captar la atención como lo hacen el logo, la imagen de marca, sino también fidelizar a las audiencias, guiar y retener las atenciones gracias a auténticos engranajes narrativos”. Y eso en política significa llegar al poder o mantenerse en él. 


La dinámica del relato independentista

Los independentistas construyeron un relato a partir de imágenes y clichés que ya circulaban entre muchos catalanes desde hace décadas, como, por ejemplo, que el desarrollo económico catalán es resultado de una sociedad más avanzada con respecto al resto de España. Con este punto de partida, y con la crisis económica haciendo estragos, resultaba verosímil vender la idea de que la ‘laboriosa’ Cataluña se veía arrastrada a la crisis por el resto de España, y que, por lo tanto, pertenecer a este Estado era un lastre. Además, la llegada al Gobierno central de Mariano Rajoy, así como los sucesivos escándalos de corrupción en el PP, daban alas al discurso de que la ‘próspera’ y ‘progresista’ Cataluña no debería seguir formando parte de un Estado en el que gana la derecha más ‘rancia’.  Según este relato, la única salida es la independencia. 

El éxito de este hilo narrativo fue arrollador. Como dijo el gurú del storytelling Steve Denning, citado por Salmon: “Cuando veo cómo unas historias bien atadas pueden penetrar fácilmente en las mentes, hasta yo me sorprendo de la propensión del ser humano a absorber historias”Precisamente fueron las pequeñas historias dentro del marco narrativo independentista las que iban reforzando el relato día a día. Cada acontecimiento político, económico o incluso deportivo, era enmarcado en el relato por una serie de medios de comunicación al servicio de la causa, tanto los medios tradicionales como, sobre todo, las redes sociales. Es lo que Salmon explicó como “el espíritu de nuestra época, calificado de posmoderno y que privilegiaría, tras el reflujo de los grandes relatos, las anécdotas, el espejismo de pequeñas historias que ilustran la competencia feroz de los valores y vectores de legitimación”.

Sin embargo, el relato debía ser alimentado constantemente si no se quería decepcionar a los seguidores ávidos de historias que les emocionaran y movilizaran. Los independentistas han acabado por tener que recurrir a lo que Salmon denomina la “Estrategia de Sherezade”. Podría resumirse así: basándose en “Los cuentos de las mil y una noches”, Sherezade es el personaje protagonista condenado a muerte por el sultán al que debe contar una historia nueva cada noche para sobrevivir. Los independentistas tuvieron que ir adaptando constantemente su “storytelling” a la demanda de su público para poder sobrevivir, creando nuevas historias y adaptando la actualidad a los deseos de sus seguidores, movilizados a su vez por esas mismas élites.

El storytelling es un arma potente pero necesita ser alimentado constantemente, lo que conlleva un riesgo. Salmon afirmó que “la puesta en relato de la acción política destruye a la larga la credibilidad del narrador”. Es decir, la necesidad de captar la atención constantemente provoca una movilización permanente del relato, lo que a su vez provoca una “sobreinterpretación” y una “inflación de discursos y de historias” con un “efecto corrosivo sobre la credibilidad de toda palabra pública”. Inevitablemente, después de crear, alimentar y estirar el relato, al final siempre llega la decepción de la audiencia, advirtió Salmon.

Los últimos acontecimientos políticos en Cataluña tras años de hacer crecer el relato independentista, hacen surgir una serie de preguntas: ¿Es el deseo de evitar o de retrasar esta decepción lo que ha empujado a los líderes independentistas a declarar la independencia sin tener claro qué hacer el día después? Y, en este sentido, ¿se podría entender la falta de coherencia de las élites independentistas tras la declaración de independencia, como el fin de su capacidad para alimentar el relato? ¿La dinámica del ‘storytelling’ del independentismo catalán ha tomado prisionero a su creador?

jueves, 28 de septiembre de 2017

Los mapas de las elecciones alemanas


El pasado 24 de septiembre se produjo un cambio sustancial en el sistema político alemán. No sólo se fraccionó un poco más el sistema de partidos, dando entrada a la sexta formación política en el parlamento federal (Bundestag), sino que esta está formada por una amalgama de personas que tienen en común un discurso populista, nacionalista y xenófobo. Es la primera vez que la ultraderecha desembarca con fuerza en el parlamento alemán desde 1945, pero este dato viene acompañado de otro también histórico: el hundimiento electoral del histórico SPD, uno de los pilares fundamentales de la República Federal Alemana tras la Segunda Guerra Mundial.



Alemania es un país con muchas diferencias internas que tienen su expresión en la política y que se pueden visualizar en su geografía. ¿Dónde se ha votado a qué partido? ¿Por qué? Los mapas electorales pueden ayudar a comprender lo que está pasando en Alemania.

La situación económica: La geografía de la situación económica alemana es muy desequilibrada. En el mapa de la capacidad adquisitiva en 2017, se percibe como el territorio de la antigua RDA destaca prácticamente en su conjunto como una zona bastante más pobre (amarillo) que el territorio de la antigua zona occidental, que acapara las zonas de mayor riqueza (rojo, morado y azul). En el oeste se concentran la mayoría de grandes ciudades con una mayor población y capacidad de desarrollo (Hamburgo, Múnich, Colonia, Frankfurt) así como la presencia de industria (por ejemplo, de automoción, química, tecnológica, etc), que en el este, con menos población y es, en su mayoría de carácter más rural.



Este desequilibrio territorial se plasma también en la distribución del paro: el este sufre una mayor concentración de desempleados que la zona occidental del país. En resumen, existe una importante brecha económica entre el este y el oeste de Alemania. ¿Ha tenido consecuencias en el voto?










El cuadro general: La CDU de Merkel ha ganado las elecciones y es el partido más votado con diferencia: el 32,9% a bastante distancia del segundo, el SPD, con el 20,5%, y el tercero, la ultraderecha AfD, con el 12,6%. Merkel ha vencido en la mayoría de los distritos electorales (color negro). El SPD (rojo) solamente se mantiene en el centro y en la zona industrial del Ruhr, su último bastión, junto al centro de Hamburgo. La AfD ha logrado ser la fuerza más votada en la mitad de los distritos del Land de Sajonia, una zona que podría calificarse de “este profundo”.




El voto a la ultraderecha: La AfD ha conseguido 94 diputados y el 12,6% de los votos a nivel federal, más de 5 millones. La distribución de esos votos (en azul oscuro las circunscripciones con un 15,5% o más de votos) se concentra en determinadas zonas del país que coinciden prácticamente con los territorios de menor capacidad adquisitiva y de mayor desempleo (ver arriba). La AfD se ha convertido en un partido muy votado en el este del país, sobre todo en el Land de Sajonia, donde han superado el 20% en todas las circunscripciones, ganando en cinco. En el oeste tienen alguna presencia importante en el este de Baviera (precisamente la zona menos pudiente). Coincide que todas las zonas con mayor voto de AfD son predominantemente rurales.




El voto a Merkel: De la misma manera que el voto a la AfD coincide en el territorio con las zonas más deprimidas económicamente, el voto a los conservadores es mayor donde el poder adquisitivo es más alto: en Baviera (Múnich y sur), en Baden Württemberg (Stuttgart), en el Palatinado, y también en las zonas rurales y muy conservadoras del norte. Antes del comienzo del fraccionamiento del sistema de partidos en los años 80, el voto confesional era muy importante en Alemania. Las zonas predominantemente católicas (el sur y Renania) votaban a la CDU, mientras que las protestantes del norte y del centro a la SPD (además de las zonas obreras de las grandes ciudades). Tras la reunificación en 1990, la incorporación del este, totalmente protestante, preveía un arsenal de votos a la SPD, lo que fue así hasta hace unos años.




El declive socialdemócrata: Con un 20,5% de los votos a nivel federal, el SPD se enfrenta a su peor resultado electoral. Este descalabro es consecuencia de su práctica desaparición de amplias zonas de Alemania, sobre todo en el este y el sur. Las circunscripciones con más de un 26% de votos socialdemócratas (rojo oscuro), se limitan a la franja central de la Baja Sajonia y el norte de Hesse, y sobre todo, a la zona industrial del Ruhr y Hamburgo, los últimos bastiones de un SPD que hasta hace no mucho ganaba las elecciones en Alemania del este. El voto socialdemócrata es pues, sobre todo, occidental y urbano, ya que el Ruhr y Hamburgo suponen una concentración notable de población. También conserva un último resquicio del voto confesional, con las zonas rurales protestantes de la Baja Sajonia y Hesse. 




La gobernabilidad de Alemania, un asunto ‘occidental’: La revista Der Spiegel ha elaborado este mapa en el que se muestra el territorio donde los partidos que formarían la llamada coalición ‘Jamaica’ son los más votados. Se trata de la CDU de Merkel (representada con el color negro), la FDP liberal (amarilla) y los Grüne (verdes). Estos tres partidos cuentan con un sólido apoyo en el oeste del país, pero no existen prácticamente en el este, especialmente los casos de FDP y los verdes. Si finalmente se llegase a esta coalición (que es la única alternativa a una gran coalición que el SPD ya ha anunciado que no reeditará), la mayoría del voto del este de Alemania no estaría representado en el nuevo gobierno.


Al desequilibrio económico de Alemania entre este y oeste se sumaría probablemente una sensación de falta de representación política que, sin duda, tendría consecuencias en el voto a la AfD.

lunes, 25 de septiembre de 2017

Alemania ha cambiado

"Recupera tu país", cartel electoral de AfD.
La ultraderecha AfD ha conseguido 94 diputados en el Bundestag. Solamente este dato indica la enorme importancia de las elecciones del pasado 24 de septiembre después de las cuales Alemania ya no es la misma, aunque Merkel ha vuelto a ganar. Es la cuarta vez consecutiva e igualará a Helmut Kohl como la persona que durante más tiempo ha gobernado el país tras la Segunda Guerra Mundial. Pero su victoria es casi pírrica, ya que deberá hacer un verdadero malabarismo político para poder formar gobierno. Los socialdemócratas, por su parte, están en plena caída libre en sintonía con la crisis de la izquierda en Europa. Los dos grandes partidos que han configurado la política alemana desde 1945 han resultado tocados, y ha surgido con fuerza un fantasma que muchos ya daban por enterrado en Alemania.

Los resultados de las elecciones en Alemania han abierto las puertas al parlamento federal, el Bundestag, a un partido de corte populista y de ultraderecha: Alternativa para Alemania, AfD. Nació con el objetivo de protestar contra la política alemana de salvar el Euro y no consiguió por décimas entrar en el parlamento en las elecciones de 2013. Cuatro años después, y tras añadir a su acervo programático anti Euro un discurso claramente xenófobo, nacionalista y antisistema, le han votado el 12,6% de los electores, lo que suponen 94 diputados.

Con este resultado se consolida una evolución que comenzó precisamente tras la fallida entrada parlamentaria en las anteriores elecciones. Desde entonces todas las citas electorales locales y regionales han sido un paseo triunfal para este partido, que desde su fundación no deja de crecer a pesar de sus constantes y endémicas crisis de liderazgo. La AfD ya está en todos los parlamentos regionales y ahora también controla casi una séptima parte del Bundestag, lo que demuestra que a sus electores les da igual quién lidera el partido en cada momento.

¿Quién vota a AfD?

¿Quiénes son esos electores? Según los datos poselectorales, la mayoría son hombres, de Alemania del este (donde incluso han conseguido ser el partido más votado en tres circunscripciones de Sajonia), trabajadores y parados. No es un partido de viejos ni de jóvenes, sino que le votan en su mayor parte gente de entre los 25 y 59 años, especialmente en la franja entre los 35 y 44 años, donde son el 16% del total. Hay menos gente de esa edad que vota a los Verdes, a los liberales del FDP y a la Izquierda, y el mismo número que vota a la SPD. Solamente les supera la CDU de Merkel, que gana en todas las franjas de edad.

Trasvase de votos a AfD.
Pero lo realmente interesante es el trasvase del voto a la AfD según el instituto Infratest Dimap. No es un origen predominantemente conservador, como se podría creer en un principio. La CDU cristianodemócrata ha perdido un millón de votos que en 2013 apostaron por Merkel y que esta vez lo han hecho por la AfD. Pero también la izquierda ha visto como un millón de sus electores de 2013 han elegido esta vez a la ultraderecha: 500.000 ex votantes del SPD, 430.000 de Die Linke (Izquierda) y 40.000 de los Verdes. Es decir, dos millones de ex votantes de los partidos tradicionales alemanes de 2013, tanto de rechas como de izquierda, se han pasado al AfD. A ellos hay que sumar otro millón de abstencionistas que se han movilizado y han elegido a la ultraderecha populista. Es, claramente, un voto protesta tras doce años de gobiernos de Merkel, ocho de ellos en coalición con los socialdemócratas del SPD.

Schulz, el perdedor

Precisamente el SPD es el gran perdedor de estas elecciones. Aunque mantiene la segunda plaza como partido más votado, ya solamente lo han hecho el 20,5% de los electores. Es un 5,2% menos que en 2013, y entonces ya se advertía sobre el mal resultado cosechado. Esta vez los socialdemócratas apostaron fuerte al poner al frente a Martin Schulz, un político con carisma bregado tras años al frente del Parlamento Europeo.

Fuga de votos de SPD.
La candidatura de Schulz no ha evitado el desastre, que se ha manifestado en una pérdida de 40 escaños en el Bundestag y de 1,7 millones de votos. Como ya se ha señalado, 500.000 de esos votos han ido a la AfD, pero también se han perdido 430.000 en favor de los liberales del FDP, 400.000 para los Verdes y 380.000 para Die Linke. Curiosamente, el trasvase de votos con la CDU sale a 20.000 votos en favor del SPD. Es decir, los votantes socialdemócratas de 2013 descontentos se han marchado a todas las fuerzas políticas casi por igual: ha sido una huida hacia todas direcciones, lo que supone una muy mala noticia para el futuro del SPD ya que no existe un solo competidor en el cual concentrarse para recuperar el voto.

Todos los análisis coinciden en culpabilizar a los años de la gran coalición de este desastre, lo que ha provocado que Martin Schulz haya anunciado en la misma noche electoral que ya no habrá más pactos con Merkel. Esto ha provocado una situación difícil para la canciller que tendrá que hacer malabarismos.

“Jamaica”

La palabra más repetida en Alemania tras el 24 de septiembre es “Jamaica”. Así llaman a la única coalición de partidos que puede salvar la gobernabilidad de Merkel. El nombre viene de los colores de los partidos: negro (CDU), amarillo (FDP) y verde (de los Grüne, Verdes). Es la única suma, a parte de la gran coalición, que garantizaría a Merkel una mayoría absoluta para gobernar: 393 diputados, 38 más de los 355 de la mayoría. Existen casos en la política local y regional de coaliciones de este tipo, sin embargo, sigue siendo un escenario muy volátil.

Fuga de votos de CDU.
CDU y FDP son socios naturales. Durante los años de Kohl fue la eterna coalición de gobierno. Después, entre 2009 y 2013 repitieron con Merkel al frente, pero hace cuatro años el FDP no entró en el Bundestag por no alcanzar por poco el 5% de los votos necesario para tener representación parlamentaria. Ahora han vuelto y con fuerza: 80 diputados y el 10,7% de los votos. Pero no son suficientes para gobernar con la CDU entre los dos. El Partido de Merkel ha sido el más votado, con el 32,9% de los votos, pero son un 8,6% menos que en 2013, lo que se traduce en una pérdida de 65 escaños. Paradójicamente, la mayoría de los votos perdidos, 1,3 millones, han ido a parar a la FDP, pero los que faltan son el millón de votos que se han marchado con la AfD.

Ese hueco lo deberían cerrar los Verdes para que Merkel pueda gobernar sin contar con una nueva gran coalición, lo que devuelve a este partido otra vez al centro de la agenda mediática alemana tras su año milagroso de 2012, cuando las encuestas le daban la opción incluso de adelantar al SPD en intención de voto y ganaron las elecciones en el Land muy conservador del suroeste, Baden Württemberg. Desde entonces el entusiasmo por los Verdes se ha congelado, y se han mantenido en un firme, pero inamovible 8 y pico: 8,4 en 2013 y 8,9 en 2017.

La pregunta ahora es si están dispuestos a dejar gobernar a Merkel. Aunque con el tiempo los Verdes han apostado por una política de corte casi exclusivamente medioambiental, dejando en un segundo plano su agenda social, sigue siendo muy difícil para muchos ecologistas hacer tratos con la derecha. El origen izquierdista de los Verdes les ha hecho durante años el socio de gobierno natural con el SPD, pero en los últimos años se han repetido casos de coaliciones con la CDU. Ahora se trata de decidir si quieren dar el salto a nivel federal, lo que sin duda abrirá un debate interno muy profundo en el seno del partido, lo cual puede afectar incluso a su cohesión interna y a su futuro, de la misma forma que afectó el debate por el apoyo al bombardeo de Kosovo en 1999, cuando su líder carismático, Joschka Fischer, era ministro de asuntos exteriores en un gobierno con el SPD.

Merkel no tiene fácil formar gobierno. Y tampoco lo tendrá con la AfD en los escaños de la oposición. Uno de los líderes de la ultraderecha, el ex CDU Alexander Gauland, afirmó que su objetivo a partir de ahora será “cazar” a Merkel, una expresión que adelanta el discurso que la ultraderecha puede empezar a utilizar en el Bundestag y que dista mucho de la cordialidad parlamentaria.

La CDU ha ganado, pero ha sufrido una gran herida, el SPD se está desangrando, los pequeños partidos se han congelado en torno al 8%, y la ultraderecha, con un discurso radical y ofensivo, se ha convertido en el tercer partido más votado. La política alemana ha cambiado. ¿Afectará a Europa?